domingo, 23 de septiembre de 2012

Turismo en la Edad Media.

La caída del Imperio Romano sumió al continente Europeo en un período de confusión y desorden. En éste asistió a la agonía y muerte del mundo romano y al alumbramiento de una nueva civilización que se inició con las grandes invasiones que soportó Europa, con su secuela inevitable de pillaje y matanzas. Durante un tiempo también reinó un estado de guerra casi permanente entre los jefes bárbaros, lo que contribuyó al debilitamiento de toda forma de poder central.


También se produjo una distribución espacial de la población diferente de la conocida anteriormente: hasta la caída del Imperio Romano, el mar Mediterráneo concentraba la vida del mundo antiguo, y la vía marítima facilitaba el comercio y los viajes en general, de lo que resultaban contactos relativamente intensos entre los pueblos. En la era medieval, en cambio, se generó una ruptura entre Oriente y Occidente, y en éste la civilización ya no se limitó al sur de Europa sino que se extendió hacia el norte, hasta incluir Normandía y las Islas Británicas.

El tránsito de la cultura antigua a la medieval, que tuvo lugar a lo largo de los cinco siglos del período conocido como la Alta Edad Media, se realizó de forma gradual y casi imperceptible. La economía, la organización social y el arte romanos decayeron paulatinamente pero en forma inevitable, y una de sus consecuencias fue el traslado de la población a zonas rurales; durante esa época la estructura económica se caracterizó por el predominio de la agricultura y el latifundio, donde sólo la posesión de tierra confería riqueza y poder.


Se abandonó la mayoría de las costumbres hedonistas de los romanos, entre ellas la práctica del termalismo. Las únicas fuentes termales que se siguieron explotando fueron aquellas donde se habían instalado abadías o monasterios regentados por religiosos que mantuvieron las instalaciones en condiciones de uso.

Una de las características de la Alta Edad Media fue el carácter sedentario de la población. Esta realidad incluía a todos, desde los señores que se recogían en sus castillos y sólo parían a feudos vecinos en breves excursiones de guerra o pillaje, hasta los siervos, para quienes era imposible todo tipo de viajes. Salvo las actividades peregrinatorias, el hombre del Medioevo no se alejaba jamás de su lugar de residencia, pues el vasallaje y las economías cerradas actuaban como un importante freno para el desplazamiento.


En el Medioevo, la Iglesia tuvo un papel trascendente en todos los aspectos de la vida cotidiana; su acción trascendió lo espiritual para abarcar también lo social, lo cultural y aun los asuntos públicos. Aunque muchos de sus representantes no observaban una conducta apropiada a los ideales materiales de triunfo personal y prosperidad económica del mundo grecolatino la Iglesia intentó oponer una senda de salvación basada en la humildad y la renuncia de los bienes terrenales, con una esperanza basada en la recompensa de la vida eterna. Así, el ideal griego del ocio se trasladó a los monasterios, pues para muchos la esencia de la religión cristiana primitiva consistía en vivir para acercarse a Dios; la acumulación de riqueza o el mismo trabajo para conseguirlas eran considerados pecaminosos.

Cuando la situación política y social se consolidó, apareció un grupo importante constituido por señores, el estamento superior de la sociedad, que adoptó una actitud de ocio exhibicionista, que probaba su liberación de la necesidad de trabajar. El ocio caballero era la expresión de su oposición al trabajo servil, y al ponerlo en evidencia cuantas veces fuera posible reafirmaban su pertenencia a la clase aristocrática. El ocio popular, por su parte, si bien estaba presente, no era libre. Era la actividad de los días de descanso y de fiesta, habitualmente religiosa y relacionada con el santo patrono del lugar o las grandes festividades religiosas, y estaba organizado y controlado por el poder, es decir, el señor y la Iglesia.

La apertura hacia las culturas vecinas que se produjo posibilitó los contactos con Oriente y particularmente con el mundo musulmán. Comenzó una nueva era de relaciones comerciales y de incorporación de avances científicos y técnicos, particularmente por la influencia de la cultura árabe que en esos momentos se manifestaba en su mayor esplendor. Como consecuencia reapareció el comercio y creció el número de artesanos y mercaderes, lo que a su vez realimentó el proceso. El dominio del Mediterráneo permitió el acceso a las materias primas necesarias para incrementar la producción y a su vez un mercado para los productos occidentales. De esta manera se consolidó el poder de Venecia, Génova y Pisa, cuyas naves extendieron su influencia desde la costa española hasta Egipto.

También se experimentaron en el continente mejoras en las comunicaciones: los caminos y las sendas comenzaron a ser recorridos por caballeros y romeros que cumplían sus votos, así como por escolares y estudiosos que se desplazaban de una a otra ciudad en busca de conocimientos o de relaciones con sabios.

Esta actividad marítima y terrestre resultó trascendente, pues preparó el camino para la superación de la cultura medieval y el Renacimiento, además de contribuir con el desarrollo de la mentalidad que haría posible los grandes viajes exploratorios que culminaría con la llegada de los europeos a América.
La Edad Media abarca desde el año 476 D.C. con la caída del Imperio Romano de Occidente y termina en el año 1492 con el descubrimiento de América o en 1453 con la caída del Imperio Romano de Oriente que coincide con la invención de la imprenta.





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